La primera semana de mayo había que llevar al Marola al
varadero. Este año tocaba pintar el casco, para lo cual se eligió una empresa
de Vigo, que nos dio vez para el lunes.
Para ese fin de semana la predicción meteorológica daba buenas
condiciones, no tanto para bajar a vela pero sí para hacerlo a motor. En
cualquier caso no me merecía la pena montar el pesado génova, guardado durante
el invierno, para hacer 120 millas (que fueron 150) y volver a desmontarlo de
cara a los trabajos de pintado del barco. Algo parecido con la vela mayor, bien
plegada y protegida con dos fundas, habida cuenta de que seríamos sólo tres
tripulantes, incluyendo a mi chica.
Planificamos una bajada tranquila, desde Sada hasta Vigo,
para hacerla entre el sábado y el domingo, recalando para hacer noche en
Camariñas. El sábado se preveía con buen viento, mar tranquila y sólo chubascos
para la tarde, como así fue. El domingo, en cambio, daba buen tiempo para la
mañana, con algo más de mar y viento del sur para la zona de Fisterra, pero
esta predicción no fue del todo exacta.
Así las cosas, puesta la capota que protege toda la bañera
en previsión de lluvias, zarpamos el sábado por la mañana del puerto de Sada.
Cielo encapotado, marejadilla y viento de unos 15 nudos del SE, estupendo!
Pronto dejamos atrás
la Ría de Ares, navegando a motor a unos 8 nudos de velocidad.
Un par de días antes había buceado el casco para limpiar
bien la hélice, la toma de refrigeración
y las zonas más sucias del timón, línea de flotación y proa, para mejorar el
rendimiento del barco después de un invierno parado en su amarre.
El tramo hasta las Islas Sisargas fue tranquilo, con una
fragata de la Armada en la lejanía y el cruce con un par de veleros como única
compañía.
Las Sisargas relucían en verde y amarillo al paso del canal que las
separa de tierra. Algo bueno debe tener la lluviosa primavera que estamos
teniendo.
Hasta el paso del Roncudo, frente a la Ría de Corme y Laxe,
no empezaron a caer las primeras gotas, más intensas al paso de Cabo Vilán, a
cuyos cantiles nos ajustamos para adentrarnos en la Ría de Muxía y Camariñas,
dejando la piedra del Bufardo y los Bajos de las Quebrantas por estribor.
Una buena cena en tierra a base de pescado y de vuelta al
barco, aprovechando que ya había escampado.
Amaneció una buena mañana, no completamente despejada pero
tranquila. Desayuno a bordo y, mientras se levantaba la tripulación, me acerqué
a echarle un vistazo al trimarán de Le Roux.
Temprano salió un velero francés de 43 pies que también iba
hacia el sur. Cuando estuvimos listos para zarpar, bastante más tarde, largamos
amarras, mientras el viento iba arreciando paulatinamente, sin prisa pero sin
pausa.
Doblamos la punta del espigón, cruzándonos con el velero
francés, que volvía al puerto, y nos fuimos dirigiendo hacia el lado sur de la
salida de la ría. Allí, en Punta da Barca, las olas rompían frente al faro y al
santuario de la Virgen de la Barca, formando hermosas “colas de caballo” con la
espuma que se alzaban contra el viento.
Ya fuera de la ría, navegando con rumbo a Cabo Touriñán, la
mar y el viento siguieron arreciando, pero la tierra aún nos protegía en buena
medida de la mar y del viento del sur, por donde rápidamente se fueron
acercando oscuros chubascos. No tardaron en alcanzarnos y los rociones de mar
en saltar sobre cubierta, aún antes de doblar el cabo.
Hay que reconocer que se había puesto incómodo, a pesar de
los 18 metros del barco y los 160 cv del motor. Antes de alcanzar Cabo La Nave,
que teníamos en la proa, mi chica ya se había puesto muy mal. Avanzábamos
penosamente y aún nos quedaban poco menos de 70 millas. Además todavía faltaba
un poco para alcanzar Cabo Fisterra, donde se supone que estaría peor. Así las
cosas y dadas las circunstancias decidí dar media vuelta para dirigirnos de
nuevo hacia Camariñas. En cuanto pusimos popa a la mar, la primera ola nos hizo
planear a 14,5 nudos, manteniendo después una media de 9 nudos.
Una vez amarrados de
nuevo, la mar en el interior de la ría blanqueaba en abundantes
borreguitos alborotados por el viento.
Más tarde supimos que los franceses habían llegado hasta Cabo Fisterra, donde,
a la vista del panorama, dieron la vuelta. Cuando es que no, mejor no forzar y
recular, pues se trata, a ser posible, de sufrir lo justo y necesario.
Comimos en el bar del CN de Camariñas y, tras una siesta, a
media tarde mi chica se volvió a casa por tierra, al día siguiente había que
trabajar. Miramos la previsión
meteorológica (últimamente poco de fiar) y vimos que aunque con mar y viento
del sur, al día siguiente estaría mejor e iría amainando según avanzase la
tarde y estuviésemos más al sur. Jose Manuel pudo cambiar su billete de vuelta
a casa desde Vigo para un día más tarde y, así, lo volveríamos a intentar por
la mañana.
La tarde fue quedando más tranquila, con una luz interesante
para hacer alguna fotografía por el puerto pesquero, no obstante siniestros
chubascos seguían amenazando desde el
sur, que a ratos hicieron repuntar el viento durante la noche. Cenamos a bordo
y nos vimos una peli, muy “ad hoc”, que ninguno de los dos nos cansamos de
volver a ver, Master and Commander.
Temprano, por la mañana, dejamos el Puerto de Camariñas. Fuera
de la ría parecía que la mar estaba mejor que el día anterior, no obstante
entre Cabo Touriñán y Cabo Fisterra la cosa estaba bastante movida y aún
con importantes chubascos. Condiciones que, según lo previsto, fueron
atenuándose al sur de Fisterra.
Desde los bajos de Corrubedo
pusimos proa a pasar entre las Islas de Onza y Cíes, y a pesar de que la
mar y el viento estuvieron mucho más moderados, una fuerte corriente en contra
nos redujo la velocidad respecto al fondo hasta los 6,5 nudos.
Sin embargo, en cuanto embocamos el canal del
norte y nos adentramos en la Ría de Vigo, sin variar revoluciones pero con
corriente y viento a favor, nos pusimos a 9 nudos.
La Ría nos recibió con una tarde a ratos soleada, y antes de las
seis llegamos a la Marina de destino en Bouzas. Demasiado tarde para varar el
barco ese mismo día, por lo que para ello tuve que esperar a primera hora del
día siguiente.
El lunes por la tarde, una vez que soltamos los back stay,
despedí a Jose Manuel, que volvía a su casa, y el martes por la mañana, tras
varar el barco y dejar todo dispuesto para los trabajos que hay que realizarle,
hice yo lo propio.
Una travesía que no por corta y conocida dejó de tener sus dificultades, y es que Finisterre, cuando no quiere, es mucho Finisterre.