jueves, 30 de julio de 2015

UNA VUELTA POR UN PARAISO

Un lugar nada aburrido para los navegantes y a los que les gusta la naturaleza agreste, con una temperatura, ahora, veraniega pero sin los achicharres de más al sur, fresca incluso en algunos momentos, donde en sus escasas Rías podemos encontrar genuinos puertos pesqueros en los que se come de fábula y seguros y solitarios fondeaderos.
Allí es fácil que se alternen días luminosos de sol, en los que los colores brillan con intensidad, y grises días de niebla y orballo (llovizna) que también tienen su encanto y que pueden acabar en tarde soleada.

Hablo de la gallega “Costa da Morte”, la tierra del percebe, del pescado y marisco en general, una zona con leyenda y cierto halo de tragedia que te hace permanecer alerta, pero apacible cuando quiere y siempre hospitalaria.

Pasamos unos días por ahí a bordo del Marola IV.
Desde el puerto de Sada, en la Ría de Ares, zarpamos hacia las Islas Sisargas, situadas a unas 25 millas al oeste, en un día soleado con buen viento del norte que nos empujó, navegando de través, a muy buena velocidad, 8,5 – 9 nudos.

Dejados por el través de babor los Bajos de Baldayo arribamos para embocar el estrecho de Sisargas, a través del cual se accede a un precioso fondeadero entre las tres islas que componen el archipiélago de las Islas Sisargas ( La Sisarga Grande, La Malante y La Sisarga Chica). Protegido de los vientos de componente norte,  tiene un par de tenederos de arena, pequeño pero suficiente para dos o tres barcos a la vez. 
En esta ocasión había un velero inglés cuando llegamos y nos obligó a elegir la zona de fondo de arena más cercana a tierra. Aún así, como precaución, le coloqué un orinque al ancla.

En la Sisarga Grande hay un pequeño embarcadero que daba servicio al farero, desde donde sube un zigzagueante camino que lleva hacia la parte más alta de la isla, donde está el faro.
Comimos y descansamos y bien entrada la tarde levamos ancla para dirigirnos al puerto de Laxe, a unas 12 millas. Para salir del fondeadero pusimos rumbo SW hasta librar los bajos de  La Carreira y después WSW para dejar por babor la piedra de Couze, frente al faro de Punta Nariga.
Franqueando el lado norte de la Ría de Corme y Laxe se encuentra el Bajo del Roncudo, que se aprecia a simple vista y que dejamos por babor, dando un respeto de poco menos de una milla hacia el oeste del faro y respetando también el Bajo de La Avería que se libra en cuanto se pone rumbo hacia la Ensenada de Laxe.

Laxe es un pueblecito marinero bastante pintoresco situado en el extremo de una playa de arena blanca como el caolín. Entre el puerto y la playa es un magnífico fondeadero, sólo abierto al norte, pero del que nos puede proteger el espigón del puerto. Además estaba previsto para esa noche que el viento rolase al sur.

Ahí fondeamos y echamos el auxiliar al agua para desembarcar y cenar en el pueblo. Entre otras cosas los percebes aquí por lo menos hay que probarlos.
De vuelta en el barco el pueblo brillaba bajo la mirada de la luna, ya con nuestra proa apuntando al sur, en lo que fue una noche tranquila.
Al contrario que la jornada anterior, el día amaneció cubierto y lluvioso, pero pronto cesó el orballo y después de desayunar dejamos el fondeadero para dirigirnos hacia la vecina Ría de Camariñas – Muxía.

Con viento del SW y algún banco de niebla navegamos a motor y pronto alcanzamos Cabo Vilán, cuyo perfil se recortaba entre las nubes bajas.

 Nos ajustamos a la punta del Cabo para pasar la piedra del Bufardo  por dentro y adentrarnos en la Ría entre el Arrecife de Punta del Cuerno y el Bajo de las Quebrantas.

Muchos ecos aparecían en el radar por la amura de estribor hasta que pudimos distinguir los pesqueros que navegaban en la procesión de la Virgen del Carmen de Muxía (aquí cada pueblo celebra la procesión cuando quiere, aunque hubiese pasado ya el día del Carmen).
Por popa fuimos dejando el Cabo Vilán que se difuminó entre la niebla como la silueta de un dragón adentrándose en el mar, enfrente la Punta de la Barca.

Navegamos con proa hacia la Ensenada de Muxía hasta librar  los bajos de los Cabezos y las Cangrejeras donde caímos 60 grados a babor y un poco más adelante otros 60 al librar el Bos del Boy. Una Ría con bastantes bajos, pero aún así fácil de navegar.
En cuanto amarramos en la cabecera de uno de los pantalanes del CN de Camariñas llegaron a la dársena los barcos de la procesión del pueblo vecino, tocando sus sirenas, y presenciamos el colorido espectáculo desde primera línea.

Comimos a bordo y por la tarde, después de la siesta, abrió el día, mostrándonos el verde fondo de la Ría. Un auténtico paraíso.
Un paseo por el pueblo y al anochecer a cenar. Todo muy “estresante” J
Por la noche, algunos veleros fondeados en la rada se mecían casi imperceptiblemente, como fantasmas en la oscuridad, mientras el reflejo de sus luces de fondeo acariciaba el agua.
A la mañana siguiente algunas nubes altas fueron dejando espacio al cielo azul. Abandonamos  el puerto de Camariñas para dirigirnos hacia Fisterra.
Paso frente al santuario de la Virgen de la Barca y su faro al salir de la Ría por el lado sur, más tarde doblamos Cabo Touriñán, vigilando por nuestro babor su piedra puñetera, el Farelo, situada a media milla al oeste del faro. En esta zona raro es el cabo que no tiene una piedra peligrosa a la distancia que se pasaría si no la tuviera. Peligrosas porque no velan pero, a poca mar que haya, rompen.

Más al sur Cabo La Nave, que pasamos raspando para colarnos por dentro del islote del Centolo de Fisterra, aprovechando que la mar nos permitía acercarnos a los rocosos acantilados y ver desde abajo, empequeñecidos, el mítico faro de Cabo Fisterra.

Cabo que bordeamos dando un resguardo de poco menos de media milla, debido a las piedras que tiene al sur, variando nuestro rumbo casi 180 grados para remontar la península del Cabo por su lado verde hacia el pueblo de Fisterra, pasado el cual nos dirigimos a la Playa de Langosteira para fondear, comer y pasar la tarde.Enfrente, hacia el SE, la inmensa mole granítica del Monte Pindo, auténtico "Olimpo" para los celtas.

Ningún otro barco fondeado alrededor en este  mágico entorno, “igualito” que en Espalmador o Illetas…  salvo que aquí el agua es más refrescante.
A última hora de la tarde levantamos el fondeo para volver a fondear tres cuartos de milla más allá, en la rada del puerto de Fisterra, donde desembarcamos con el auxiliar para ir a cenar a tierra. 
Por la noche de nuevo la luna sobre el pueblo y junto a nosotros un par de veleros más. Qué tranquilidad! Costaba irse a dormir por lo bien que se estaba en cubierta, mirando la luna.

Al día siguiente, temprano, levamos el ancla, aún con parte de la tripulación en brazos de Morfeo. De retorno hacia el norte volvimos a doblar el Cabo que ahora se presentaba bajo el fondo gris del cielo encapotado.
Aún con viento sur desplegamos vela para dirigirnos de nuevo hacia Camariñas, donde desembarcaría la tripulación salvo el armador y yo que continuaríamos, desandando el camino para llevar el barco hasta su puerto base. Otra vez nos encontramos con un ligero orballo y algún banco de niebla, pero todo cambió en cuanto salimos nuevamente de Camariñas.

Con sol y buena visibilidad distinguimos bien las rompientes del Bajo de Las Quebrantas por babor antes de doblar Cabo Vilán que, al contrario de en la bajada, ahora brillaba en todo su esplendor.

Por la tarde volvió a encapotarse el cielo pero manteniendo una muy buena temperatura, navegando muy rápido y tranquilamente, en cuanto nos dimos cuenta estábamos pasando ya el estrecho de las Sisargas desde donde pusimos rumbo casi directo a la Ría de Ares y en nada quedaron las islas lejos por la popa.


Arribamos al puerto de Sada a eso de las 19:30 horas, lo que supone una media de velocidad realmente buena, tras cuatro días disfrutando de este paraíso marítimo que nos supo a poco.

viernes, 24 de julio de 2015

A SOLAS CON EL MAR

Parafraseando el título del libro de la navegante neozelandesa Naomi James, pero salvando las distancias.

Al menos una vez al año me gusta hacerme una travesía más o menos larga, en solitario, para no oxidarme. Aunque lo cierto es que cada vez me da más pereza navegar solo, será porque el proceso de oxidación es inherente al cuerpo humano. Quizá también en esta ocasión sería por el ajetreo y cansancio acumulado últimamente, incluido el mismo día de la partida, y porque el barco no era demasiado cómodo, un pequeño Jeanneau de 7,50 metros, con orza abatible, un fuera borda de 8 cv, VHF, sonda, piloto automático y punto.
Sin apenas tiempo para revisar el barquito y aprovechando un hueco de bonanza meteorológica, zarpé  el miércoles a las 19:30 h del puerto de Sada, con un noroeste de unos 15 nudos, para dirigirme a Baiona, 120 millas al sur.
Como casi siempre que salgo en travesía solo, me invadía un ligero desasosiego inicial, quizá algo más acentuado en esta ocasión por el cansancio del día, por la fragilidad del barco (uno se está acostumbrando ya a la “burra grande”) y porque casi de entrada me enfrentaba a la noche sin conocer el comportamiento del barco. Prueba de ello es que ya al doblar la punta del dique me coloqué el chaleco/arnés, que he de reconocer, no es un hábito en mí cuando me siento seguro (niños, esto no se hace).
Salí de la Ría con el fueraborda, mientras izaba la mayor, comprobaba el funcionamiento del brazo del piloto, buscaba el equipamiento de seguridad y echaba un vistazo a lo que había en el barco. 
Antes de llegar a La Marola (Islote que marca, por el lado sur, la salida de la Ría de Ares) pude caer unos grados a sotavento, desplegar el génova y levantar el motor, navegando primero de ceñida y poco a poco a un descuartelar, través, más tarde a un largo.

Cogí el timón a la mano para negociar mejor la ola y disfrutar un poco del navegar alegre del barco. Nada más cruzar por delante de la Ría de La Coruña un primer cruce apurado con un mercante, pero sin problemas. Con la Torre de Hércules por el través de babor, en la proa las Islas Sisargas 23 millas hacia el oeste, navegaba con viento fresco rumbo a la puesta del sol.

El viento fue rolando poco a poco, primero al norte, más tarde al nordeste y fui abriendo velas.

La puesta de sol y el crepúsculo en el mar nunca deja de fliparme. Empezaba a refrescar y sobre todo a notarse la humedad y me preparé para la noche (aún no estrené el nuevo traje de aguas J)

Pasé Las Sisargas a eso de las doce de la noche, por fuera, para dejarme de líos. La visibilidad era buena, se distinguían los faros con nitidez y además un cuarto de luna creciente aportaba una notable claridad.

Caí unos grados a babor para arrumbar directamente a Cabo Vilán, cuya luz se distinguía en la distancia, navegando en popa, pero el viento iba flaqueando.
Me hacía cierta ilusión volver a navegar con mi viejo GPS, que ya era de mi padre…, a un paso intermedio del método tradicional, utilizando al menos las cartas de navegación para sacar las coordenadas de los puntos de paso y las piedras jodidas e introducirlas en el GPS, que como va a pilas, sólo encendía de vez en cuando.
El sueño empezaba a vencerme, pero con la cocacola y la música lo fui llevando, mientras la humedad empapaba la cubierta.
Se veían muchas luces de pesqueros faenando, pero apenas tuve ninguno cerca, ciertamente una noche tranquila. Doblé Cabo Vilán y más tarde Cabo Touriñán, empezando a clarear al estar al través de Cabo La Nave, junto a Cabo Fisterra.


Con el amanecer, al paso de Fisterra, la mar estaba aún más calma, con una suave brisa de popa me apoyaba con el motor. Todo estaba despejado y en calma, nos se veía ningún barco alrededor y aproveché para dar un par de cabezadas, de unos diez o quince minutos, escaso pero suficiente, pues  al menos tenía que cerrar los ojos y desconectar un rato. Es curioso, pero en contra de lo que te puedes esperar, esa tensioncilla que tienes al navegar en solitario hace que te despiertes como un resorte a los diez minutos (si te has programado así) o si sientes alguna variación o ruido no identificado. No tanto si la cosa va de varios días.
A una media de entre 5,5 y 6 nudos fui alcanzando los Bajos de Corrubedo, donde puse rumbo a la boca norte de la Ría de Vigo, para pasar por dentro de las Islas Cíes.
El día estaba luminoso y tranquilo, mientras la brisa se iba calentando y animándose.
Un par de delfines vinieron a jugar un rato y cuando les dejé de hacer caso empezaron a dar saltos y a salpicar para llamar mi atención…¡vaya par de díscolos!
Frente a la Isla de Ons pasé junto a una draga que también me llamó la atención, pues parecía que se había quedado sin máquina y utilizaba el brazo de jirafa de una pala excavadora que llevaba en cubierta para remar por ambas bandas como si de una canoa se tratase. Curioso método!

Al medio día navegaba ya por el lado interior de las Cíes, que lucían resplandecientes, curiosamente con pocos barcos en sus fondeaderos. Debe ser que el control del Parque Natural de las Islas Atlánticas funciona.

Pasé el canal de dentro de las Islas Estelas para meterme en la Ría de Baiona y poco después, ya en la rada, arrié, preparé la maniobra de atraque y me dirigí al amarre, finalizando así la travesía, que me llevó 21 horas.

Cansado, con sueño pero satisfecho, y el barco se portó muy bien. ¡Bravo Ruliño!