lunes, 22 de octubre de 2012

TRAVESÍA DE OTOÑO

El tiempo era apacible cuando llegamos al Algarve portugués y allí, en Lagos, nos esperaba el Proteína, después de su accidentada travesía desde Canarias vía Madeira, en la que uno de sus tripulantes se rompió las costillas.

Ahora éramos tres los que lo llevaríamos hasta Sada, el armador Manuel, su inseparable compañero de navegación Lito y yo.
El parte meteorológico para los siguientes cuatro días nos pronosticaba viento suave del norte, noroeste hasta poco después de doblar Cabo San Vicente que se iría convirtiendo en brisa débil, o nula, del noroeste o variable hasta aproximadamente Cabo Espichel, al sur de Lisboa. A partir de ahí, teóricamente tendríamos viento moderado de componente oeste durante unas horas, que iría rolando al norte a la vez que arreciando hasta los 20 nudos, pero que no obstante sería menos intenso más cerca de tierra y con el paso del tiempo, hacia el norte, ya en aguas gallegas.
Con esa predicción debíamos darnos cierta prisa para que los vientos y mar de proa nos alcanzara lo más al norte posible.
Como no llegamos a tiempo a la última apertura del puente que cierra la salida de la Marina de Lagos, tendríamos que esperar  a la mañana siguiente.
Amaneció un día despejado y tranquilo, y  poco después de la primera apertura del puente descendíamos el río hacia el mar, más o menos a la hora que llegan los pesqueros de faenar.

Con mayor y trinqueta arriba ceñimos a rumbo directo a Punta Sagres que no tardamos en tener tanto avante por estribor (J), mientras aparecía Cabo San Vicente por detrás. En cuanto doblamos este último empezaba la remontada de latitud.

Mar en calma, reposo de aves y recreo de delfines.

Nos ayudábamos del motor, pues el día fue muy tranquilo, aunque al atardecer fue aumentando la brisa.

La temperatura era agradable, de hecho durante esa noche no hizo falta aún el abrigo de la ropa de aguas, pero se agradeció una cena caliente.
Nos distribuimos en tres guardias, a partir de las 23:00 h (HRB, en este caso hora oficial de España), de tres horas cada uno y rotaríamos el orden durante las tres noches que esperábamos pasar en la mar.
Esa noche yo haría la primera guardia, Manuel la media y Lito la última.

Se notan ya las noches más largas del otoño, el ocaso llega pronto y el crepúsculo tarda en aparecer.
Me encontraba en cubierta preparando todo para la guardia, bajando la intensidad de luces de los instrumentos, led frontal en la cabeza, linterna a mano, ordenando la bañera y adujando escotas, cuando empiezo a sentir una ligera escora, me fijo y el viento real había aumentado a 12 nudos, abierto por la amura de babor. Desplegué el génova y en principio bajé las revoluciones del motor.
Mientras ajustaba velas, el viento aún arreció 4 ó 5 nudos más. Rápidamente apagué el motor, ajusté unos grados a barlovento la derrota en el GPS y el rumbo en el piloto automático, para compensar el abatimiento. Un último retoque al velamen, carro de escota de mayor a sotavento para optimizar la escora y bajo a apagar la luz de tope de navegación a motor. Por fin.
 
La mar estaba prácticamente llana, el viento se estabilizó en 15 nudos y el Proteína navegaba a 6,5 – 7 nudos a un descuartelar, rumbo a Cabo da Roca.
Noche oscura sin luna, pero apretada de estrellas.
Música en los oídos y, con esas condiciones, se te va la pelota a viajar por el espacio y a disfrutar el momento… Nada de personajillos miserables ni penurias en la cabeza. En esos momentos el mundo se vuelve amable y justo.

Apenas hubo tráfico durante mi guardia y el encanto sólo se rompió unos instantes, durante el parte de avisos a los navegantes, donde entre otras cosas, avisaban de zonas de prácticas militares de tiro, alguna al norte de nuestra posición.
Las condiciones se mantuvieron inusualmente estables durante toda mi guardia y rápidamente llegó la hora de avisar a Manuel para la media. A pesar de lo agradable de la navegación en esos momentos, había que dormir. 
Por desgracia creo que esas condiciones sólo aguantaron estables una hora más.

Lo bueno de este sistema de guardias es que, salvo el de la media, se duermen al menos seis horas del tirón, por lo que volví a cubierta, ya amanecido y con Cabo da Roca por la popa.
Esa mañana se mantuvo algo el viento, que poco a poco fue rolando al NW.

La mar permaneció en buen estado y el cielo alternó los grandes claros de la mañana con chubascos que llegaron al medio día al paso entre la Berlenga grande y Cabo Carvoeiro, justo al terminar de comer unas patatas a la riojana, especialidad de Lito. Encapotándose durante la tarde.

Continuamos haciendo buenas millas sin novedades y de nuevo llegó la noche.
El viento finalmente se fue al norte, como esperábamos, arreciando y por tanto aumentando la mar, por lo que nos obligó a caer unos grados  a estribor del rumbo debido.
En esta ocasión yo hacía la media, de 02:00h a 05:00h, durante la cual aún tuve que caer algunos grados más a estribor, lo que nos acercaba un poco más hacia tierra en la zona en que esta se encontraba más lejos. Algo que teníamos previsto y que supuestamente nos interesaba, en busca de menos viento y mar de proa. No obstante los pantocazos cada vez eran más frecuentes y más fuertes. Arriamos la trinqueta y continuamos con motor y media mayor.
Al alba, ya durante la tercera guardia, subí a cubierta debido a una bajada de las revoluciones del motor que me despertó, pero no era nada importante, sólo el cruce por la proa con otro barco con el que Manuel no lo tenía claro. Aproveché para un pis y no pude dejar de hacerle una foto a la uña de luna menguante que posaba junto a Venus.
Cuando subí de nuevo a cubierta por la mañana teníamos Povoa de Varzim por la proa y navegábamos escoltados por delfines.
El armador había estado haciendo números y se quedaba más tranquilo si entrábamos en Povoa a repostar unos litros de gas oil. No nos desviaba demasiado de la derrota y continuaríamos una vez hubiéramos repostado.
Mientras tanto la mayor, que llevábamos izada hasta algo más de la segunda cruceta, se rompió por la parte alta de la baluma, lo que nos obligó durante el resto de la travesía a navegar con ella un poco más recogida, justo hasta la altura de la segunda cruceta.
Arribamos a los pantalanes del Clube Naval de Povoa de Varzim, pero a pesar de que las guías náuticas digan que tienen surtidor de combustible, no es cierto. Tuvimos pues que entrar en la rada del puerto pesquero y abarloarnos a un barco de pesca a la espera de que abrieran el surtidor, pues el encargado de la mañana estaba de vacaciones y el siguiente turno no empezaba hasta las 13:00h (hora portuguesa).
Decidimos echarle unos litros que teníamos en bidones y el armador fue a rellenarlos de nuevo, en un taxi, a una gasolinera cercana. En cuanto los vaciamos en el depósito volvimos a zarpar.
Fuera del espigón seguía el norte y la mar, que aunque sin llegar a ser del todo incómoda, resultaba cansina.
Nos abrimos de la costa hasta librar un gran generador eólico que los portugueses tienen frente a su costa, entre Povoa y Viana do Castelo, y remontamos lo que quedaba de costa portuguesa bien pegados a tierra, lo que supuso también una constante gymkana entre un bosque de aparejos de pesca.
Navegar con viento y mar de proa siempre resulta tedioso y a estas alturas de temporada los tres teníamos cansancio acumulado.
En estos casos, cuando toca remontar, siempre se mira con cierta envidia a los veleros que te cruzas viento en popa. En esta travesía, además, era constante, pues es la época en la que muchos veleros del norte de Europa bajan para dirigirse al Mediterráneo, o en su mayoría hacia Las Canarias para cruzar, en noviembre o diciembre, al otro lado. Gran parte de ellos formando la flota de la ARC.
Veleros con tripulación o de solitarios bajaban hacia el sur, lejos en horizonte o bien pegados a nosotros, a los que se les veía bien equipados.

Atentos a oír el primer parte meteorológico español (mucho más completos y frecuentes que los de nuestros vecinos), que nos vendría a decir que según fuésemos subiendo hacia el norte por la costa gallega, la mar y el viento irían amainando y rolando al NW primero, al W y SW más tarde, incluso en algún momento variable.
Animados por navegar ya en aguas españolas, había que aprovechar ese hueco para llegar, pues detrás venían vientos de hasta fuerza 6 y sobre todo mar gruesa, que de alcanzarnos harían el final de la travesía algo más duro.

La tercera noche cayó al estar tanto avante (al través) con Cabo Silleiro y aunque el viento había amainado sensiblemente, la mar nos hacía dar, aún, pantanazos importantes, por lo que a pesar de las ganas de llegar, aminoramos un poco la marcha al principio de la noche, con intención de suavizar y reducir los pantocazos, pero el rumbo era ya directo hacia Cabo Fisterra.

La temperatura era más fresca y esa noche cenamos, la pasta preparada por el chef Manuel, en la mesa del salón y en dos turnos.
Al ser ya la madrugada del sábado, no encontramos apenas tráfico de pesqueros por la costa gallega, lo cual es muy de agradecer.

A la altura de Las Islas Cíes, que quedaron por estribor, me fui a dormir, quedando en cubierta Manuel, pues esa noche me tocaría la última guardia.
Durante el sueño fui sintiendo una paulatina disminución del cabeceo del barco y en un momento, el silencio del motor. Una ligera escora hacia estribor y mi subconsciente notó que ya había rolado al oeste y que navegábamos a vela, seguramente a un descuartelar.
Entonces el sueño bajó aún un escalón más en la escala de la inconsciencia. Tanto, que a Lito le costó un poco despertarme para mi guardia.

El viento y la mar habían desaparecido por completo. Por la proa la luz del faro de Fisterra, a unas cuatro millas. Realmente íbamos rápido y a rumbo directo, eso sí, de nuevo a motor pero con mar llana.
Luces de dos o tres barcos alrededor y todo tranquilo.

Navegar por esta zona era  ya como estar en casa. Dejar atrás Cabo Fisterra y La Nave, luego Touriñán, donde la mar volvió a crecer un poco y antes de alcanzar Cabo Vilán empezó a amanecer.
Las distintas tonalidades que iba tomando el cielo merecen una entrada a parte. Recortándose sobre el fondo rojizo, el perfil del Faro de Vilán nos hacía guiños a nuestro paso hasta que el sol se alzó sobre Muxía.

Entretenidos con los veleros con los que seguíamos cruzándonos y el espectáculo de las rompientes en todos los bajos, con sus melenas al viento, producidas por la pronunciada mar de fondo, alcanzamos Punta Nariga.
Con todo el génova desplegado y la mayor hasta donde podíamos, enfilamos hacia el Canal de Sisargas y más adelante, una vez sobrepasado este, también la trinqueta contribuyó a  empujar al barco a buena velocidad hacia la Torre de Hércules y la Ría de Ares.
Cuando pasamos por delante de La Coruña empezamos a arranchar el barco y nuestras cosas para que antes de amarrar en Sada todo estuviese en perfecto orden de revista y listos para desembarcar.
Se notaba que había ganas de llegar y a las 15:30 h del sábado doblábamos la punta del espigón del Puerto de Sada, 76 horas y 460 millas después de haber zarpado de Lagos.
Y así,  dejamos pues al Proteína descansando en su amarre tras tres meses de ausencia.

viernes, 19 de octubre de 2012

EL HOMBRE QUE AL PARECER NO SABÍA DEMASIADO

El domingo 7 de octubre hizo una buena mañana de cálido viento del sur que aprovechamos para ir hasta la playa de Valdoviño a volar una cometa que nos habían regalado.

En la bahía, al resguardo de Punta Frouxeira, había un velero fondeado que me llamó la atención, pues es un fondeadero muy poco habitual, debido a su relativa protección y a las notables olas que allí suelen formarse.
No obstante ese día si que estaba algo resguardada de la mar del sur, aunque se apreciaba el balanceo del velero fondeado al paso de las olas.
No se veía a  nadie en cubierta, solo un dingui amarillo amarrado a su popa.
El barco debería rondar los nueve metros de eslora y pensé que sería de un navegante solitario que había recalado en la bahía para descansar.
Nos fuimos de la playa al medio día, sin darle más importancia al asunto.

A principios de la siguiente semana me fui al sur de Portugal para traer un velero hasta Sada. El sábado 13 pasábamos ya frente a La Coruña, con buenas condiciones meteorológicas aunque con una pronunciada mar de fondo y con el anuncio de fuertes vientos del NW y empeoramiento de la mar para las próximas horas. Finalmente arribábamos al puerto de Sada a primera hora de la tarde del sábado.

El lunes me enteré de la noticia de que un velero había naufragado el domingo 14 contra las rocas de la bahía coruñesa del Orzán, resultando muerto su patrón.
Más tarde vi las fotografías del rescate y supe algo más del navegante fallecido.
Fotos de Juan Varela, Quintana y Marras

Se trataba de Jan Antoni Landsman, un inglés de origen polaco de 72 años que había salido en solitario desde Inglaterra con intención de llegar hasta Grecia o Turquía.

Al parecer, sufrió el primer contratiempo frente a la costa de Valdoviño el sábado 6 de octubre, al quedarse sin baterías, por lo que se acercó a tierra para fondear.
Según cuenta el redactor de La Voz Manuel Arroyo, un vecino de la zona lo vio el domingo 7, poco después del medio día, a bordo de una neumática amarilla tratando de acercarse a la costa a remo, exhausto en su lucha contra el viento y la corriente que le impedían avanzar, pero la fortuna se alió con el navegante y un golpe de mar lo aproximó a una zona rocosa cercana.
Para entonces ya se había alertado a los servicios de emergencias, que junto al vecino, auxiliaron al hombre, ya al límite de sus fuerzas.
Al parecer sólo quería café.
Una vez a salvo, lo llevaron a un bar próximo, donde le dieron un bocadillo y bebida caliente. «Era un hombre que no quería ayuda, muy hermético», pero el fallo en las baterías lo llevó a la desesperada a buscar tierra firme.
Con la ayuda de los mariscadores de Meirás, que se prestaron a recargarle las baterías con unas pinzas y llevarlo de nuevo a bordo, Jan se dirigió a sus auxiliadores pidiendo «puerto próximo» para tirar la basura y arreglar los maltrechos acumuladores. Corral, el vecino, dadas las circunstancias y el estado del navegante, se ofreció a acompañarlo al puerto de Cedeira, el más cercano a su posición. Ese sería el origen del segundo rescate en el mismo día.
Apenas a unas millas de distancia, frente al arenal de Pantín, el barco se quedó sin gobierno, al fallar el motor nuevamente. Esta vez, por falta de gasolina. Corral, su acompañante de fortuna, alertó por segunda vez al 112. La lancha L.S. Langosteira remolcó el velero hasta la rada cedeiresa, donde amarró pasadas las nueve de la noche.
Jan pasó los siguientes cinco días en Cedeira, a la espera de reparar las baterías. Su intención era partir ya el jueves, pero el barco no estaba listo.

Mientras tanto, el anglo-polaco hacía vida en el interior de su barco. Precario y con una cubierta con importantes desperfectos, explica Rodríguez, patrón de la L.S. Langosteira. Todos los papeles que llevaba a bordo «estaban mojados» y mal conservados. Al parecer el barco no presentaba un buen estado.
Sin demasiados recursos -incluso ha trascendido que no tenía suficiente dinero para la reparación del velero-, Jan finalmente se hizo a la mar, solo, en la jornada del viernes día 12, con el único arreglo de los acumuladores.

Desde Cedeira hasta La Coruña sólo hay unas 25 millas, es decir, unas cinco o seis horas a lo sumo, sin embargo no se tuvo constancia del navegante hasta el trágico naufragio del domingo en la bahía del Orzán.
Un marino jubilado  lo avistó ese domingo dirigiéndose hacia las rocas, frente al acuario de La Coruña y avisó a las autoridades de salvamento. Explicó que la navegación no era la correcta por muy inexperto que fuese el patrón ya que «nadie» se iría con la proa hacia las rocas sino que iría hacia la playa del Orzán o se saldría fuera de la bahía.
Hay quien dijo haber visto a uno o dos tripulantes más a bordo, pero al parecer no hay indicios de ello.
Las tres posibilidades que baraja este experto marino es que fuera el barco sin gobierno, que el patrón estuviese indispuesto o que se le hubiese roto antes el timón.
Sea como fuese, el hecho de fondear en una bahía poco apropiada y desconocer dónde se encontraba el puerto más próximo, así como el acercamiento posterior a La Coruña o tardar dos días en recorrer 25 millas, hace pensar en que no tenía equipos electrónicos de navegación, ni cartas de la zona, ni derrotero. Tampoco mucha destreza.
La maniobra de desembarco  a remo con el dingui tampoco pareció muy acertada.
Mala cosa también los episodios de quedarse sin baterías y a continuación sin combustible.
O simplemente el hecho de emprender semejante travesía con tan precarios medios y el barco en las condiciones que expresan los que lo vieron, me lleva a pensar que el hombre no parecía precisamente un avezado navegante.
De todos modos, quizá me equivoque y todo fue un cúmulo de infortunios que acabaron mal.
Mala suerte Jan Antoni, espero que no sufrieses.