lunes, 24 de septiembre de 2012

DE VUELTA HACIA EL NORTE

Un par de días después de la anterior travesía volvía a hacer casi el recorrido inverso, hacia el norte, desde Sanxenxo hasta Sada, en otro barco y esta vez acompañado de mi primo Carlos y los amigos Pedro y Lito.

Coincidimos en Sanxenxo con la clásica regata Rias Baixas, que a pesar de ser su 49ª edición, sigue teniendo casi el mismo ambientillo de siempre (Hay cosas que nunca cambian).
Dejamos el puerto al tiempo que los barcos participantes, con viento algo fuerte del oeste. A ellos les cogió un chubasco de agua y viento más intenso mientras se preparaban para la salida, sin embargo nosotros ya nos encontrábamos saliendo de la ría, navegando entre islas, hacia un cielo azul.
No obstante, al dejar de estar protegidos por las islas, la marejada estaba bastante agitada y la mar de fondo, del través, era notable.
La capota anti rociones ya estaba tocada cuando llegamos a bordo, fatigada de intemperie, pero una ola que embarcamos en la bañera se encargó de terminarla de romper.
Con todo el génova desplegado y algo más de media mayor navegamos a un largo con rumbo a librar los bajos de Corrubedo, dejando la Isla de Sálvora por el través de estribor.

De pronto, una manada de delfines nos rodeó. Uno de ellos dio un gran salto como diciendo: “¡Eh! Soy yo, el delfín fantasma del otro día que he venido con mi familia!... O al menos eso me pareció entenderle…;-)
Pero esta vez nos acompañaron durante un buen rato.

Más adelante un rayo de luz multicolor salió del mar, enmarcando en la lejanía al Cabo Fisterra.
Son esas cosas con las que la naturaleza te premia cuando te adentras en su feudo.
Y por supuesto, el juego de las olas intentando alcanzar el sol hasta que finalmente se sumerge en ellas.

En esta travesía el viento nos fue favorable y sin ningún incidente nos empujó hasta Sada, a donde llegamos de madrugada, lo que supuso algo menos de 18 horas de navegación. Una diferencia sustancial con la travesía anterior.

EL DELFIN FANTASMA

No era la primera vez en que por haches o por bes me fallaban los tripulantes a última hora, como en una de las travesías de este verano entre Ares y Vigo. Así que, sin mucho entusiasmo por mi parte y una vez más, me fui solo.
Hacía ya algún tiempo en que no navegaba en solitario y está bien hacerlo de vez en cuando para no oxidarse, además no se está tan con uno mismo como cuando se está solo en el mar, un “ejercicio” mental muy saludable.
Se presentaba una mañana luminosa, mientras salía de la ría rumbo a las Islas Sisargas, aunque a ratos se cubría el cielo de nubes altas.
La travesía, por archiconocida, se presentaba, a priori, con pocos alicientes. Los mismos cabos, el mismo mar, la ruta mil veces recorrida, pero que una vez en marcha siempre es interesante.
El viento, oscilando entre los 15 y los 20 nudos, siempre de proa… así que con motor avante y mayor arriba fui haciendo millas.
Con ese motor, el viento de la proa y su correspondiente ola, hace necesario navegar dando bordos para apoyarse en la vela mayor y así poder alcanzar una velocidad algo decente, poca, a lo sumo 5 nudos en los mejores momentos.
El piloto automático hacía su trabajo, por lo que había poco que hacer y poco que ver, salvo tratar de que el barco avanzase lo más rápido posible aprovechando las leves roladas, atajando en lo posible, o saludar a los pocos barcos con los que me fui encontrando.

No obstante el tiempo iba pasando, casi sin darse cuenta. Tan pronto avistabas el siguiente cabo  que doblar como te encontrabas ya a su través y lo dejabas atrás, con el siguiente como objetivo.

Y así, con un viento fresco y húmedo nada característico de la época estival, llegó el atardecer. Montones de puestas de sol en el mar no hacen que me canse de ellas y siempre me quedo prendado mirando al horizonte.
No puedo dejar de hacerle una foto y esta ocasión no iba a ser una excepción.
No me di cuenta en el momento, pues miraba al sol, pero justo al disparar apareció un delfín solitario saltando en la esquina inferior izquierda del encuadre.
Lo curioso es que, salvo en la fotografía, no lo  volví a ver más. Ni a él ni a ninguno más de su manada, a pesar de que por esta costa (como en muchas otras) es más que habitual encontrárselos, por no decir siempre. Literalmente se lo había tragado el mar, como si nunca más hubiese necesitado salir a respirar…
Aún hice otra foto más al sol antes de ocultase tras el horizonte por si el delfín volvía a salir, como si de un espectro se tratase, pero nada.

Debía estar pasando frente a Cabo Touriñán, con Cabo Fisterra ya a la vista por la proa y a partir de ahí ya no tuve que dar más bordadas. Si bien el viento seguía viniendo casi de la proa, lo justo para navegar a rumbo directo, durante toda la noche, hacia los bajos de Corrubedo.

En un par de ocasiones, en la oscuridad, tuve la sensación de estar acompañado por el delfín, pero sólo fue la sensación.
Amaneció un día gris y feote, por fuera de  las Islas de Ons y Onza  mientras arrumbaba hacia el Canal Norte de las Islas Cíes.

Con la luz del día me dio por mirar el nivel de gasoil, y menos mal, porque estaba seco. Busqué un pequeño bidón de reserva que el armador había estibado en algún lugar de a bordo. No esperaba que fuese tan pequeño y finalmente lo encontré en el tambucho de la bombona de gas. Reposté en marcha por el método de los vasos comunicantes, utilizando un pequeño trozo de manguera.
El cansancio baja los reflejos, como pude comprobar al chupar de la manguera para trasvasar el combustible sin derramar una gota. No hay nada tan energético (y asqueroso) como desayunar un lingotazo de gasoil…  
Poco a poco me fui adentrando en la tranquila Ría de Vigo, a donde llegué tras 25 horas de travesía, bastante más de lo estimado.

Del delfín no supe nada más, ni me ha escrito ni nada…L

viernes, 21 de septiembre de 2012

EDWARD HOPPER Y EL MAR


Hace pocos días finalizó, en el Museo Thyssen-Bornemisza, la exposición de Edward Hopper, pintor neoyorquino cuya obra me atrae por varios motivos.
Su tratamiento de la luz, la soledad y calma que inspiran la mayoría de sus temas, con un estilo sencillo más próximo al ilustrador que al pintor, representando la iconografía norteamericana más cotidiana y estética de la primera mitad del siglo XX.
Especialmente la derivada de sus estancias en Cabo Cod, donde existe una arraigada tradición náutica y donde Hopper pasaba temporadas, navegando en los barcos característicos de esa zona de la costa de Nueva Inglaterra, como los Cat Boats o los Wianno Senior. Modelo este último en el que navegaba la familia Kennedy.

Conocidos son cuadros como el que Hopper dedicaba en 1944 a los amigos con los que solía salir a navegar “ Martha McKeen of well fleet”.
“ The long leg” de 1935
“The Lee shore” de 1941
“The Cat boat” grabado de 1922
“Groundswell” de 1939
“Yawl riding a swell” de 1935
Entre otros cuadros sobre temas marítimos, además de los veleros, me gustan sus faros.

Tanto en unos como en los otros me transporta a la orilla del mar, con una luz que bien podría ser la de septiembre. Sólo falta sentir la brisa en la cara y los sonidos del agua y las gaviotas…

lunes, 17 de septiembre de 2012

NAVEGANDO CON UN AMIGO

Hacía tiempo que no navegaba con mi amigo y colega Carlos, de los que se apuntan a un bombardeo sin preguntar nada.
Así, en un día de verano, puede que fuese domingo, nos fuimos a Combarro, al fondo de la Ría de Pontevedra, para embarcarnos en el “Séptimo Día” y navegar remontando la costa gallega hasta Sada.
No parecía el día más apropiado para hacerse a la mar pues una espesa niebla caía sobre la ría. No obstante duró poco y en cuanto salimos de ella pudimos ver ya la isla de Ons por la amura de babor.
Con una suave brisa del oeste  pusimos rumbo a pasar entre las islas de Ons y Sálvora.
No tardó mucho Carlos en colocarse en su sitio preferido, con su pantalón de navegar africano que muy apropiadamente parece un pijama :-)
En navegación tranquila, sólo amenizada por el cruce con algún carguero, el día fue abriendo y la brisa, poco a poco, desapareciendo.

En cuanto salimos lo suficiente para librar los bajos de Corrubedo pusimos rumbo directo a Cabo Fisterra, que desde el sur se puede ver con mucha antelación, y la suave brisa acabó convirtiéndose en calma chicha.

La mar era una balsa de aceite, pero a ratos, a pesar de no dejar marca sobre el agua, la brisa hacía alguna presión sobre las velas, aunque no la suficiente para prescindir del motor, y así, lentamente, Fisterra se iba haciendo grande frente a la proa.

Al atardecer, antes de llegar a Fisterra, un frente oscuro y amenazador se aproximaba desde el mar, en un bonito juego de claroscuro.

Por fin, antes del anochecer, doblábamos Cabo Fisterra, mostrándonos su cara más amable e inofensiva.

La noche, como era de prever por la rápida evolución del frente, trajo viento, pero las nubes pasaron pronto y nos dejó una luna esplendorosa que iluminaba el mar como un gran foco.

Fuimos doblando un cabo tras otro hasta alcanzar las Islas Sisargas, que dejamos por estribor y donde pusimos ya proa hacia la Ría de Ares, que aún quedaba lejos, a unas 25 millas.
Sobre las luces de Malpica, unas nubes tamizaban a la luna, anunciando un aumento de viento que no se hizo esperar. Viento del sur que, según el parte meteorológico debería haber llegado mucho antes.

Empezó a clarear al paso frente a la Torre de Hércules, navegando a un largo, con buen viento y mar ya algo picada, pero no fue hasta la boca de la Ría de Ares que rompió el amanecer con una intensidad que tiñó de rojo el mar, brindándonos un espectáculo de luz y color de los que hacen que merezca la pena estar despierto a esas horas.

Y bajo ese cielo colorido y cambiante fuimos adentrándonos en la Ría hasta que finalmente arribamos al Puerto de Sada al mismo tiempo que el nuevo día.