jueves, 29 de marzo de 2012

POSIBLEMENTE LA ETAPA MÁS DURA

La flota de la Volvo Ocean Race se encuentra navegando por el Pacífico sur rumbo a Cabo de Hornos. Han encontrado vientos de hasta 50 nudos con puntas de 60 y constantes de entre 30 a 40 nudos de viento y mar grande. El resultado: Sanya tuvo que dar la vuelta hacia Nueva Zelanda, por la rotura de uno de sus timones, lo que les supone una nueva retirada de etapa.
Camper sufre deslaminación en proa, con rotura de refuerzos longitudinales, lo que les ha obligado a reducir la marcha y dirigirse hacia Puerto Montt, en la costa oeste de Chile a 800 millas al norte de Cabo de Hornos, para hacer una reparación en condiciones y continuar la etapa hasta Itajaí en Brasil.
Algo parecido, aunque menos grave, ha ocurrido con la proa del Telefónica, que ha tenido trabajando en la proa durante varios días a parte de la tripulación, sobre todo a Pepe Ribes, bajo duras condiciones. No obstante harán una pit stop en Ushuaia para asegurar la reparación.
Los barcos han llegado a alcanzar puntas de 38 nudos de velocidad, entre olas muy grandes, lo que provoca grandes esfuerzos en los cascos, jarcia, velas y tripulación.
Véanse dos olas traicioneras, con el agua a 5ºC, que dejan al Telefónica momentáneamente fuera de control, con la tripulación de guardia literalmente colgados del arnés.


El último en sufrir deslaminación en su casco ha sido el Abu Dhabi, que después de alcanzar una punta de velocidad de !41,5 nudos¡ ha tenido que relentizar su marcha a la espera de evaluar los daños con luz de día.
Mientras tanto el Groupama lidera la flota, seguido del Puma. Ambos han trasluchado tras rozar el paralelo 58º sur, dirigiéndose hacia Cabo de Hornos , que alcanzarán en menos de 30 horas.
Sin duda la etapa más dura de la vuelta al mundo está haciendo honor a su fama.

jueves, 15 de marzo de 2012

MAN EL ALEMAN

Firma de Man
Manfred Gnädinger, el alemán que allá por 1962 llegó a Camelle, un pequeño pueblo marinero perdido en la “Costa da Morte”. Llegó con nada, sólo su arte y sus ganas de apartarse del mundo del hombre, hasta integrarse completamente en la naturaleza, entre el mar y las rocas, donde creó su propio paraíso.
Para muchos un loco, un anacoreta, para otros un artista, un genio. Para él sólo un hombre… Man, como le gustaba que le llamasen.
Desde mi punto de vista, un auténtico cribeiro, un artista creativo con una filosofía de vida, que aunque quizá bastante radical, llevó coherentemente hasta el final.
Foto infocamelle.net
Foto de Enrique Macía López
La gente del pueblo le construyó una diminuta casa entre las rocas, en las afueras del pueblo, alrededor de la cual creó su obra, con piedras redondas, y cosas que traía la mar.
Pintó su entorno a base de círculos de colores, pero también pintó sobre cualquier soporte, incluido papel o lienzo. Escribía en pequeños cuadernos en los que plasmaba su visión del mundo con cortas frases.
Cuando su fama trascendió más allá de la zona, allende de las fronteras, a la gente que visitaba su “museo”, les pedía una moneda y les entregaba una hoja y un lápiz para que dibujasen cualquier cosa que les inspirase lo que estaban viendo.
Se desplazaba corriendo y nadando. Vestía sólo un taparrabos, en ocasiones también unas chanclas. Amante de los animales y las plantas. Vegetariano, comía lo justo para vivir. Nunca estuvo enfermo, salvo al final de su vida. El detonante, el chapapote del Prestige.
Murió un día de los santos inocentes, 40 años después de su llegada a Camelle. Qué apropiado para él.

Aún recuerdo la imagen en la tele de Man llorando ante los efectos del malogrado petrolero.
Foto de José Manuel Casal
Los que le conocían dicen que murió de tristeza al ver destruido su paraíso por el chapapote.
“ Yo decir que esto no debe limpiarse nunca…Ser episodio de la Historia. Quedar así debe, para todos recordar quién es hombre, porque hombre no querer a hombre, ni a mar, ni peces ni playa”.

Qué hombre más admirable.
De mayor quiero ser como él…. (aunque quizá algo más abrigado).

lunes, 12 de marzo de 2012

DE SADA A HUELVA CON EL “GAUDIUM”

Después de encontrar un buen parte meteorológico con vientos mayoritariamente de entre 20 y 30 nudos del nordeste para toda la semana, determiné salir el lunes 5 de marzo para hacer la travesía con el “Gaudium” hasta Huelva, pero el día anterior la predicción cambió completamente.
En un principio los vientos fuertes habían desaparecido, sustituidos por grandes zonas de calmas y brisas, debido a una gran área anticiclónica que ocupaba todo el noroeste peninsular con dos centros de altas presiones que se situaban al norte del Cantábrico y al oeste de la Península Ibérica. La nueva predicción me hizo pensar en aplazar la partida, pasándome todo el domingo estudiando la evolución meteorológica, hasta que a última hora pareció estabilizarse con el anuncio de vientos del NE y N de entre 12 y 20 nudos en general. Más adelante evolucionaría a peor, con vientos más flojos, rolando a sur por Galicia, así que de nuevo parecía que el mejor día para zarpar volvía a ser el lunes.

Como dije en la anterior entrada, el “Gaudium” es un viejo pero sólido Jeanneau Attalia 32´ bien equipado para las largas travesías.
Aunque en principio pensaba navegar solo, finalmente compartí las 536 millas de travesía con Bruno, paciente y silencioso tripulante con ganas y entusiasmo, buenas cualidades para compartir días de navegación en un barco de espacio reducido.


El lunes amaneció con una mañana soleada y luminosa, con escasa brisa, en principio virazón, que poco a poco fue desperezándose y entablándose del NE.
Poco antes de las 12:00 h abandonábamos la marina de Sada hacia la boca de la ría, en donde ya pudimos navegar a vela, con toda la vela mayor y el génova desplegados, a un largo, rumbo a las Islas Sisargas, que esta vez pasamos por fuera.
Según la predicción de viento, encontraríamos más intensidad y constancia navegando separados de la costa.
Poco a poco fuimos arribando grados hasta navegar con rumbo sur y viento en popa.
Por la tarde el cielo se fue encapotando y la marejada creciendo pero sin llegar a ser incómoda. Con el génova atangonado en orejas de burro, navegábamos rápido, haciendo una media de velocidad de aproximadamente 7 nudos con entre 15 y 20 nudos de viento del norte.
Anocheció pasada la latitud de Cabo Fisterra, aunque a unas millas mar adentro, desde donde arrumbamos directamente hacia el exterior de las Islas Faralhoes, situadas hacia la mitad de la costa portuguesa, por lo que llegamos a navegar a unas 44 millas de la costa.
Tras vestirnos para pasar la noche, nos organizamos en guardias de dos horas y la noche transcurrió con normalidad, a pesar de que al sur de Fisterra tuvimos que utilizar el motor durante unas cuatro horas, pero pronto volvió a soplar un tímido viento de entre 10 y 15 nudos.
El martes amaneció, con cielo medio encapotado de nubes altas, cuando entrábamos ya en aguas portuguesas, con una cómoda marejadilla.
Las condiciones eran óptimas para probar el spi, en principio asimétrico que resultó ser un simétrico con el puño de escota reformado.
El spi tiraba tan bien del barco que permaneció arriba durante todo el día.
Cocinamos una comida caliente, siempre conviene hacer al menos una al día, y tranquilamente transcurrió la jornada, acompañados por los delfines, hasta que a última hora de la tarde el viento fue arreciando poco a poco, con la llegada de un frente que nos alcanzó desde la popa.
En cuanto empezó de nuevo a oscurecer arriamos el spí, por prudencia, sustituyéndolo por el génova atangonado para evitar posibles problemas durante la noche en vista del progresivo aumento del viento que llegó a alcanzar los 26 nudos, optando, para mayor comodidad, por tomar un rizo a la mayor y recoger un poco el génova.
Una potente luna nos iluminó a ratos durante esa segunda noche, quedando eclipsada intermitentemente por rápidas nubes que corrían hacia el sur y que dejaron caer fugazmente algunas gotas de lluvia.
La marejada aumentó durante el amanecer del miércoles y despuntó el día mientras patinábamos rápido, haciendo alguna punta de 10-11 nudos de velocidad con veintitantos nudos de viento, mientras los rayos del sol se colaban entre los huecos de nubes negras.
Pronto pudimos distinguir por la amura de babor las Islas Faralhoes y poco después también las Berlengas, más hacia tierra.
Al encontrarnos a su través, muy próximos por dentro del dispositivo de separación de tráfico, trasluchamos y nuestro nuevo rumbo, directo a Cabo San Vicente nos acercaría más a tierra en Cabo da Roca y Cabo Raso, al norte de la Bahía de Lisboa, que alcanzaríamos la siguiente noche.
En el transcurso de la tarde del miércoles la mar volvió a serenarse y el viento se mantuvo suave y constante entre 15 y 18 nudos.
A pesar de navegar más alejados de la costa de lo habitual y de no distinguir esta durante la mayor parte del tiempo, no dejaba de ser navegación costera. Esto, junto a la mar y el viento de popa hizo que no me decidiese a utilizar el timón de viento, por desgracia, pues tenía ganas de probarlo.
Aún así, entre el aerogenerador y los paneles solares, conseguíamos energía más que de sobra para alimentar al piloto automático y los instrumentos sin necesidad de encender el motor.
Es una sensación de autonomía energética muy gratificante, viajar impulsados por el viento, recibiendo energía solamente de este y del sol.

Apenas avistamos otros barcos durante la travesía, y del poco tráfico que encontramos la mayoría fue en la zona de la Bahía de Lisboa, que atravesamos de noche con buen viento y buena luna.
Dejado atrás Cabo Espichel, el viento hizo un receso, deslizándonos a sólo 2,5 – 3 nudos, hasta que un mercante que salió de Lisboa rumbo al sur y que veíamos acercarse lentamente por la aleta de babor se nos echó encima a eso de las dos de la madrugada, cruzándonos la proa a escasos metros, por lo que decidimos encender el motor durante un par de horas, pues el resto de la noche continuamos empujados por una brisa de entre 12 y 15 nudos.
Al amanecer del jueves, al sur del paralelo del Cabo Sines, en medio de un paisaje teñido de rojo, el viento volvió a abandonarnos, ayudándonos con el motor durante toda la mañana hasta que pasado el medio día doblamos Cabo San Vicente.
Día luminoso y agradable con el que nos recibía el Algarve portugués, junto a un buen viento de 18 -20 nudos que nos entraba por la aleta y una deliciosa mar rizada.
Rápidamente fuimos dejando atrás Punta Sagres, cruzándonos con algún pesquero de la zona y con un navegante solitario que ceñía en rumbo opuesto al que saludamos efusivamente.
Señalar aquí un artilugio muy recomendable para la seguridad, sobre todo a la hora de navegar en solitario o a dos y que este armador tiene el buen criterio de llevar a bordo. Se trata de las PLB (Personal Location Bacon o Baliza de Localización Personal).
Tipo de radiobaliza personal (que no sustituye a la radiobaliza EPIRB del barco), que llevas encima y que puede salvarte la vida en caso de caer por la borda sin que nadie se entere, porque por desgracia he de reconocer que no siempre se lleva puesto el arnés, por lo menos en mi caso. “Mea culpa”. (Niños, esto no se hace, eh? ;-)
Personalmente sólo utilizo el arnés cuando las condiciones son difíciles o cuando durante la noche tengo que hacer alguna maniobra fuera de la bañera, pues la cincha enganchada en la línea de vida me llega a molestar y a entorpecer mis movimientos. He oído hablar de algunos navegantes que se enganchan al amantillo del tangón, pero eso tampoco me convence.
Sé que no es lo ortodoxamente correcto, pero cada uno arrastramos nuestros defectos y manías, aunque reconozco que su uso es totalmente recomendable, incluso imprescindible.
Como decía, la navegación durante la tarde del jueves fue del todo agradable y tonificante. Buen tiempo, mar rizada, viento de unos 18 nudos de media entrando a ratos del través y a ratos por la aleta, haciendo que fuéramos atangonando y desatangonando el génova alternativamente y permitiéndonos mantener una muy buena velocidad mientras arrumbábamos hacia Cabo Santa María, en Faro.
Así transcurrió el día, en compañía de los delfines, entre lectura, siesta o el simple disfrute de la navegación a vela.
Al final otro mágico crepúsculo caía por la popa mientras la luna roja se alzaba por la proa antes de alcanzar el meridiano de Faro, al que llegamos ya de noche. Punto en el que variamos el rumbo unos grados a babor para poner rumbo directo ya a Huelva.
El viento se cerró unos grados hacia proa, arreciando hasta los 20 nudos y ajustamos las velas, reduciendo un poquito el génova y corriendo el escotero de mayor a sotavento para navegar en una cómoda ceñida, con el barco perfectamente equilibrado.
Esa noche la luz de la luna fue especialmente nítida y resplandeciente, casi hasta ponía moreno. Tanto es así que libré de su guardia a Bruno para que descansara mientras yo disfrutaba de la noche.
Sentado en la bañera, abrigado y protegido por la capota, cara a la luna y a su reflejo en el mar, el pensamiento me volaba hacia mil partes...
A eso las 05:00h Bruno me relevó en cubierta y bajé a echarme en la litera.
En un par de horas volvía a estar arriba, pues por desgracia el viento arreció aún más y se fue completamente a la proa, al tiempo que la mar aumentó, con una ola corta y picada que dificultaba nuestro avance, así que a falta de unas 25 millas para nuestro destino tuvimos que enrollar el génova y encender el motor e incluso tomar un rizo a la mayor.
La navegación de ese último tramo fue la más penosa, obligándonos a dar bordadas, aún con el motor, para apoyarse en la mayor y que la ola no nos parara.
Despuntó un día luminoso con un sol por la proa de luz impertinente que nos deslumbraba, sin darle tiempo a la luna a esconderse por el oeste.
Según nos acercábamos a la costa de Huelva, al reducirse el fetch, la mar se fue moderando y a eso de las 11:00 h del viernes embocábamos el estrecho canal de entrada a Huelva y tras doblar la bocana del puerto(medio cegada por la arena), antes de las 11:30h ya estábamos amarrados en el pantalán de espera del Puerto deportivo de Mazagón, después de justamente cuatro días de navegación ininterrumpida.
Allí nos esperaba Pablo, el armador, que después de que nos dimos una merecida ducha y de dejar el barco en su punto de amarre, nos acercó hasta la estación de Huelva, donde emprendimos nuestro viaje de vuelta a casa.
En resumen: un buen viento, buen barco y buen tripulante hicieron que las 536 millas de travesía me dejasen un muy buen sabor de boca. Cansado, pero satisfecho, con las pilas cargadas para enfrentarme de nuevo a los “temporales” de tierra.